lunes, 14 de septiembre de 2015

María Meleck

Una poeta surrealista en Ramos



                                                                                        Es difícil para mí vivisecar mi poesía. Observarla 
                                                                                        en sus detalles como un insecto bajo la lupa. Y
                                                                                        regodearme o enemistarme con ella. Confundir
                                                                                        pulsión azarosa con sabiduría o belleza. Ya que 

                                                                                        nada conozco de análisis literarios ortodoxos.
                                                                                                                                                        M. M. V.

De muy joven había venido a la ciudad de Buenos Aires, año de 1945, desde su pequeño pueblo del valle de San Javier, al sudeste de Villa Dolores, y en la ciudad se fue haciendo, verso a verso, una poeta de corte surrealista, pero de un surrealismo un tanto particular, sin teorías complejas ni preconcepto alguno. Ella gustaba repetir “la poesía debe hacerse sola”, y cambiaba de tema muy rápidamente, como trabajando a todo nervio sobre un asombroso collage de signo surreal. Yo la visité en tres oportunidades, tres tardes intensas y cálidas, en su departamento alto situado frente a la estación Ramos Mejía, en una de las cuales compartimos horas con la poeta Montserrat Bertrán, su afectuosa amiga. María Meleck era por demás entusiasta y amable, y gustaba tener las fotos de sus amistades en un panel, en su sala, a la vista de los poetas visitantes. Y algunas veces leía sus poemas, pero siempre hablaba de su querido y admirado poeta Madariaga. Una tarde me encontré con ella en casa de Montserrat, en Castelar, y charlamos y leímos poemas hasta que se hizo la noche. Esa tarde, entre otros motivos, ella habló algo apesadumbrada de la catástrofe humanitaria de Ruanda, y además sus versos decían de su sentir estremecido ante esa cruda realidad de desvarío. Después hablamos varias veces por teléfono, en la última de las cuales me dijo que su salud no mejoraba, que pensaba dejar su departamento de Ramos, e irse a vivir con su hija en Portezuelo, Uruguay. Con preocupación fui a visitarla, y departimos un momento un tanto breve en el comedor, donde conocí a Juana, su hija, que había arribado para asistirla; y su mirada, sus tonos, lo advertí de inmediato, ya eran otros. Algún tiempo después, hacia comienzos de noviembre de 2010, todos recibimos con tristeza y recuerdos la noticia. Tenía 89 años, persistentes ensueños, y no le agradaba decir su edad.

                                                                                                                  E. D.


                                                          o o o o o

Un poema recordado


LAS FORMAS DEL VACÍO

Casi no conocemos las formas del vacío
giran como la vida en hongo y calesita
Allí el puerto es de fuego La aventurada niña
El país tan remoto y el doliente fantasma
Casi no conocemos las trampas del vacío
Aires que desfallecen al laúd de los árboles
Sus humillantes filtros queman lenguas azules
Y desquician las trémulas mariposas de mayo
Lentas sobre el desierto nuestras máscaras caen
Y a una señal del ángel sin nombre estremecido
Bajamos este rostro hacia la dura tierra
y el inservible rostro respira por la lluvia
Dulce Orfila tu boca la miel de tu garganta
Naturalmente gimen con su verbo amoroso
En bocacalles lívidas y cuadrantes solares
Barriendo los espejos libres de la colina
Casi no conocemos las noches del vacío
La mujer peligrosa de ensombrecida prole
Con saliva imantada que el espacio destila
Un licor venenoso derramado entre flores
El vacío es de Dios y se aferra a su llama
Hace ver primaveras Camina entre abedules
Allí el puente es un limbo de oro negro y banderas
Un país remoto y un doliente fantasma


 De Infiernos solares (1988)



María Meleck Vivanco nació en Yacanto, Córdoba, en 1921. Desde muy joven vivió en los barrios de Flores y de Villa del Parque de la ciudad de Buenos Aires, y, ya mayor, durante un tiempo prolongado en Ramos Mejía, antes de partir a Portezuelo, Uruguay, que resultó su última morada. Fue autora de numerosos poemarios y el conjunto de su obra ha sido destacado en el país y en el continente por importantes poetas y críticos. En 2008 el Fondo Nacional de las Artes editó su Antología poética. Una biblioteca de Buenos Aires, en su homenaje, lleva su nombre.



2 comentarios:

  1. Huy!!! Que grandioso poema...!!! Que más se puede decir...

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  2. Gracias a la Peque por enviarme el blog y gracias al querido Dalter por recordarnos a María. Bernardo Perea

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